miércoles, 7 de septiembre de 2011

La piel que habito: cuestión de permeabilidad

A menudo juzgar el cine de Almodóvar es cuestión de extremos. A lo largo de su extensa filmografía el cineasta que nos ocupa ha dejado tan claras sus inquietudes e intereses, su manera de entender el cine y su apuesta por un determinado estilo tan reconocible como peculiar, que cada nueva muestra de su obra genera tantos fervientes adeptos, como aguerridos detractores. Salvo quizá cuando se depura y renunciando en parte a la astracanada y a sus tan celebrados como criticados 'tics' autorales, se marca obras que rozan lo 'clásico' (con perdón) como 'Volver', lo que no obstante no deja de provocar críticas, esta vez entre sus más fieles acólitos por conservadurismo y conformismo, por caer en eso tan poco de moda que viene a llamarse 'lo convencional'.

En 'La piel que habito' no hay duda de que Almodóvar apuesta por el riesgo. Podría decirse que puesto a recibir inevitables palos, el manchego elige que estos provengan de quienes lo tildan de excesivo; prefiere que a su cine algunos lo etiqueten como manierista o ridículo, a que otros lo tilden de 'rutinario'. Y lo cierto es que, incluso admitiendo que 'Volver' es una de sus obras más redondas, es de agradecer que en el estado actual de la producción cinematográfica -previsible, homogénea y conservadora hasta la náusea- alguien se atreva a caminar por el alambre, a ofrecer una película más o menos acertada, pero incontestablemente valiente, un puñetazo de cine libre de corsés y límites, una rareza de un atractivo no apto para todas las sensibilides.












Y no es que 'La piel que habito' sea escandalosa en cuanto al sexo que pueda mostrar -¿seguirá el eterno y esteril debate sobre lo gratuito o no de este tipo de escenas en el cine español?- o por la violencia de sus imágenes, sino por el impacto que genera en el espectador mientras este desenreda de la mano del director -mediante una narración impecable en cuanto al tempo fluido con el que se nos dosifica la información- una extremadamente cruel (y fascinante) tela de araña de pasiones, rencores, venganzas y obsesiones. Sensaciones extremas que atraparán a algunos y a otros muchos les dejarán fuera, pasmados ante lo que juzgarán como un espectáculo de ridícula afectación. De nuevo, cuestión subjetiva, de sensibilidad, de permeabilidad hacia un determinado tipo de temática, de emoción, de cine, al fin y al cabo.




Existe una barrera en el cine de Almodóvar, que algunos espectadores traspasan sin reparos para dejarse seducir por el encanto de sus excesos, mientras a otros les resulta infranqueable, y los códigos de su cine tan indescifrables que cualquier piropo a su obra les genera incredulidad. Y de barreras habla también su última película. La barrera de la piel entre el cuerpo y el entorno, leit motiv del filme, la barrera a la libertad de esa mansión toledana en la que yace cautiva una cobaya humana (Elena Anaya que sale airosa en una interpretación difícil, muy física y poco agradecida) y un torturado cirujano (Antonio Banderas, perfecto en su recital de contención y minimalismo expresivo) también atrapado, no de manera física pero si psicológica entre las paredes del trágico recuerdo que marca su existencia y sus ansias de retorcida venganza. Habla también de otras finas barreras, la que separa el cuerpo del alma, la cordura de la locura o el recuerdo y la obsesión... Y habla del progreso como una peligrosa herramienta para dar rienda suelta a los bajos instintos, un peligroso arma de doble filo.

No conviene dar detalles de su argumento, y más que nunca es recomendable ir sin prejuicios ni demasiada información acerca de la trama y poder dejarse llevar por una narración que como he dicho antes me parece impecable. Solo comentar que lo que para algunos es la mayor 'salida de tono' del filme (y la burla más fácil de hacerle a la película), la llegada de un extravagante hermanastro brasileño a la mansión, es tan aparentemente ridícula como crucial, pues será el detonante de lo que después se nos narra. Y ese tan comentado plano final, resulta tan patético como sobrecogedor (como algunos ya han escrito, convierte lo ridículo en sublime). Y así, de lo excesivo, del aparente sinsentido, Almodóvar vuelve a extraer emociones al límite e imágenes muy potentes. Cine en los márgenes, orgulloso de su rareza, cine arriesgado, discutible sí, pero cine puro, destilado de adornos condescendientes o facilidades para el espectador no avisado y de convenciones.

Sin intentar convencer a nadie, me limitaré a decir que 'La piel que habito' me engancha, me desasosiega, me fascina, mantiene mi mirada pegada a unas imágenes hipnóticas (el diseño de producción y la fotografía de José Luis Alcaine vuelven a ser inmensos, tan cuidados como es costumbre en el cine de Almodóvar) acompañadas de una música envolvente y sobrecogedora (Alberto Iglesias sigue jugando en otra liga: sus melodías alcanzan niveles de genio). Es un cine que emociona aún siendo frío, aunque el impacto va más bien al estómago, pues duele, inquieta, deja mal cuerpo, enerva, te remueve en la butaca. Cine que descoloca, que sorprende. Que si uno, como espectador, logra traspasar ciertas barreras, gusta. Y por momentos mucho.

4 comentarios:

  1. No tenía especial intención de verla, pero te confieso, Jorge, que me has metido el gusanillo con tu crítica. Creo que es el mayor piropo que te puedo hacer, ¿no?

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  2. Me ha gustado mucho la crítica y comparto lo que dices Jorge. Sobre todo me ha molado lo del título, cuestión de permeabilidad xD.

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  3. Gracias por los piropos a ambos, jaja. Uno no es muy vanidoso pero a nadie le amarga un dulce. Sobre todo, gracias por molestaros en leerme.

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